Cada día en mi casa era vivir en ella pero no «habitarla». Necesitaba más hogar, más calor, más sentimiento entre esas paredes.
Pero, ¿por dónde empezar? Llamar a una decoradora era impensable, demasiado «esnob» para mi.
Un amigo en común me habla de Yaiza. Está bien, la llamo y a ver qué siento cuando hable con ella.
Y surgió la decisión, no hay duda, la quiero en mi proyecto, un proyecto todavía sin definir. Pero la quiero en él.
Me transmite humildad, delicadeza a la vez que contundencia, más allá del conocimiento me transmite sabiduría, esa sabiduría que da la vida y los mil recorridos que ésta nos hace pisar. La siento cercana, flexible, que lee mi cara, mis gustos, mis ideas, mis deseos, mis valores y sobre todo, lee mis vacíos.
Cuando digo que sí, me pide crear un equipo para el desarrollo del proyecto. Y así voy descubriendo en ella, su entrega, su gran entrega en lo que va haciendo, su energía infinita que me asombra, una alegría -a la vez que elegancia- que ilumina los rincones de mi casa, una coordinación perfecta de gremios, va transformando los espacios, contando siempre conmigo y proponiendo ideas, mostrándomelas antes en su ordenador, trayéndome para que toque y sienta los textiles que propone de tapizados nuevos, cambiando sin dudar aquello que no me convence, sorprendiéndome con elementos inesperados que son pura belleza… la veo trabajar y disfrutar con lo que está haciendo, y eso, todo esto, es mucho para mi.
Hoy puedo decir que Yaiza ha creado belleza y la belleza es terapéutica. Puedo decir que ha aportando elementos de transformación: cambios de posición de mobiliario, textiles, iluminación, obras sencillas, accesorios… que han dado vida y calor a mi casa. Puedo decir que vivo en un hogar donde la belleza me acoge.
Sin duda, volveré a crear equipo con ella para otros proyectos.